Provocando deseos sabor maracuyá





Hace algunos años tuve mi propio acosador. Sensación única e inigualable: recibir llamadas y mensajes arrobadores -claro, mi acosador era poeta-, que me esperaran rebaños de mis flores favoritas al entrar a mi trabajo, recibir libros prologados por él, ser su tema en facebook y su subnick en msn. Las cosas como esas hacen que una se deje querer y no ponga límites al acoso de quien, a todas luces, tenía un desequilibrio mental... esto último lo supe el día que, sin que yo le dijera mi domicilio, se presentó en él con el discurso de venir para casarse conmigo porque su terapeuta se lo había sugerido. El momento en el que se negó a salir de mi casa sin un beso mío, convirtió aquella infatuación del ego, en terror puro.





A pesar de lo anterior, hay un episodio que me resulta infinitamente deleitoso en la memoria: la noche en que dije a su oído, en medio de una furtiva llamada telefónica, "tengo antojo de maracuyá" y al amanecer  había un paquete con decenas de frutos a la entrada de mi salón con una nota suya "el sabor con el que te imagino". Ahora que es un tuitstary me lo encuentro hasta en la sopa, pero ya no en mi plato, me pregunto si pude haber tolerado su desequilibrio mental en aras de ser idolatrada de esa forma de por vida.



Pero en la vida, estoy convencida, el mismo estímulo tiene dos caras, y el maracuyá guarda esa ambivalencia en mi imaginario.



Algún tiempo después del episodio de mi acosador, la moneda caería por el reverso y me tocaría a mí estar persiguiendo labios huidizos, labios por los que sé, tendré que esperar al menos otros ocho años. Esa boca, como del cíclope cortazariano, casi dibujada por mi dedo, se presentaría en mi puerta ante la promesa de nieve de maracuyá, la cual compartiríamos viendo Jogo subterraneo -de nuevo Cortázar en nuestra NOhistoria-, pero la suerte, la siempre adversa suerte de ese nosotros, cortaría la posibilidad y la tarde en dos, dejando en los labios sólo el sabor de la nieve de maracuyá, de la cual guardo siempre un litro en el congelador, para calmar las ansias cuando, como hoy, se me viene el recuerdo y el deseo que se reactiva cada vez que pienso en él.



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