Madrugada. Un puente. Yo manejo y tú me miras, no quiero que te vayas... Hoy te hice una confesión y desde entonces te has quedado mudo. Sé que el camino acaba en el abismo de esta distancia que va a crecer con tu miedo a que sea yo quien esperas y no sepas amarme. Qué sensación más extraña me provoca este escenario, no nos conocemos y yo me he empeñado en que seas el sueño de mi vida. Desde el primer día ha sido así: caminábamos, habíamos planeado el encuentro en ese preciso punto del mapa y de nuestras vidas, pero nunca esperamos que fuera así, con tal intensidad. No podía resistirme a tu mirada, tenía que ocultarme en mí misma, en los míos. Aún así me encontraste y supiste inventar los sonidos para hacerme ir a ti. Quise enamorarme, creer, y lo hice. Quise que me escucharas y grité hasta hacerte venir. Quise que me quisieras pero eso ni mis manos, ni mi voz, ni mis ganas, ni toda yo y el escenario íbamos a conseguirlo. Te fusite, te llevó el frío, la madrugada, y el desconcierto. De