Un estuche de monerías
Hace como 20 años en conocido pueblo productor de textiles cuyo nombre nunca he podido escribir, mis padres escogían unos lindos pants para sus retoños, uno en color rojo rubí para la más pequeña y otro en color verde mercado −que para la época era lo más de onda− para la niña a quien mi mamá, por alguna extraña razón y por única ocasión llamó “la güera”. Extrañada, pregunté quien era la blonda persona a quien se refería -¿Pues quién va a ser?... pues tú -Yo no soy güera -Ya sé Llevo 10 años con el pelo teñido de un tono que me gusta llamar “negro mujer interesante”, para que a nadie le quede ni la remota posibilidad de volverme a llamar “güera” fuera del contexto del tianguis. La psicóloga de la escuela me explicaba que muchas de las obsesiones que desarrollamos a lo largo de nuestra vida, tienen que ver con las cosas que nos dijeron de chiquitos y con procesos que al crecer no terminamos de cerrar bien, de modo que nos quedamos con las ideas que nos decían, por ejemplo, los pa