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Encarnar la revolución de los afectos

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 Sucede que mientras hablo con las compañeras que más admiro, con frecuencia me encuentro con una misma historia: hay un hito, el de un amor lobo con piel de aliado. Hombres "reflexivos", "solidarios", "en deconstrucción" que no nos explican el mundo, pero nos dan su categórico punto de vista, no nos miran desde la superioridad intelectual, sino desde la "compasión cognitiva", y más aún, nos cuentan cómo es el amor revolucionario, ese que, curiosamente, les reporta más beneficio a ellos.  Y no me entiendan mal, seguramente lo hacen desde lo que, en su imaginación es un lugar paritario, compañero y revolucionario. Sin embargo, cuando una decide decir "esto no es para mí" cuestionan nuestro propio proceso crítico y de deconstrucción. Al manifestar un deseo distinto al suyo, pasamos de personaje secundario de su narrativa a francas antagonistas.  Resulta complicado conseguir la claridad y la fuerza para salir de tal enredo arácnido. Hay en

Hay un momento

 Hay algo en las papilas, las pupilas y el tímpano... hay algo en los poros... hay mucho en la propiocepción. Y es que no se trata de afinidades o de coincidencias, es en la forma de experienciar el mundo, de existir y desplazarse en él, en la manera de respirarlo y exhalarlo una vez pasado por la emoción. Es ahí donde los encuentros fundamentales suceden y se anidan.  No se trata de asistir juntxs y disfrutar cada uno desde su materialidad y su cognición del instante. Va mucho más allá, es un diálogo a través de la existencia, es un devorar ese aquí y ahora en comunión, más allá de los cuerpos, habitándolos y trascendiéndolos en el compás sistodiastólico que va del tú y del yo al nostrxs.