Encarnar la revolución de los afectos

 Sucede que mientras hablo con las compañeras que más admiro, con frecuencia me encuentro con una misma historia: hay un hito, el de un amor lobo con piel de aliado. Hombres "reflexivos", "solidarios", "en deconstrucción" que no nos explican el mundo, pero nos dan su categórico punto de vista, no nos miran desde la superioridad intelectual, sino desde la "compasión cognitiva", y más aún, nos cuentan cómo es el amor revolucionario, ese que, curiosamente, les reporta más beneficio a ellos. 

Y no me entiendan mal, seguramente lo hacen desde lo que, en su imaginación es un lugar paritario, compañero y revolucionario. Sin embargo, cuando una decide decir "esto no es para mí" cuestionan nuestro propio proceso crítico y de deconstrucción. Al manifestar un deseo distinto al suyo, pasamos de personaje secundario de su narrativa a francas antagonistas. 

Resulta complicado conseguir la claridad y la fuerza para salir de tal enredo arácnido. Hay en él un encanto y una seducción que magnetizan los pasos y nos hacen avanzar uno y retroceder tres. "La maldad no se ve mala" me decía una compañera mientras me contaba su propia historia... y menos cuando esa maldad ni siquiera viene de un lugar oscuro con intenciones siniestras sino de una forma velada de vivir el privilegio, la falta de cuidado y el desapego patriarcal que los atraviesa.

Tampoco los justifico. Es cierto que Narciso no se reconoció en el agua y por eso cayó: un narcisista no sabe que lo es, no se mira en el espejo de esa manera, su reflejo es hermoso y lleno de bondad... pero es labor de todxs mirarnos con cuidado en el espejo que son las palabras de quienes nos aman para no ahogarnos y arrastrar con nosotrxs a quienes nos siguen abrazando.

Llega un punto de inflexión en las historias de mis compañeras: "entonces lo conocí a él y creí que no era tan punk/ intelectual/ radical/ enigmático como aquellos de quienes me había enamorado antes"... la mayoría de las historias continúan hoy en día en un amor remanso, en donde ellas han sanado y conseguido cicatrizar aquellas otras infatuaciones y se sienten en paz, acompañadas, construyendo lo cotidiano como algo extraordinario y no al revés. 

De pronto, pareciera que la revolución de los afectos no está en la lucha contra el amor romántico, sino en el desmontaje de nuestros propios mitos en torno a los vínculos de cuidado, a la libertad y a las identidades que habitamos.

A mis compañeras que siempre son fuerza desde el relato y el hilo: las admiro, las amo.


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