El gran golpe

Lleva tiempo decidirse a dar el gran golpe. La expectativa de lo que vendrá después crece a cada paso. Adolfo ha estado mirando la ausencia de lluvia hace un rato, no acierta a subir las escaleras; teme no ser lo suficientemente fuerte como para llevar todo ese peso sobre su espalda, sus atributos físicos nunca se han caracterizado por existir. Teme no ser lo suficientemente audaz como para llevar todo ese peso sobre su consciencia, su osadía, aunque existente, no ha alcanzado una talla de la que pueda fiarse.
Hoy es el día del gran golpe. Es un golpe que ha guardado en sus puños por años, que deberá ser dado con la fuerza y la confianza que teme no haber acumulado en su estómago en toda esta suma de números en el calendario
…suma de números en el calendario…
La adición es la operación aritmética que ha regido la tarde y no de una forma trivial, no. Adolfo no ha sumado las gotas que no resbalan por los vidrios, ni las veces que ha sonado el teléfono, sólo para dar paso a voces que continúan preguntando datos de exequias y cortejos fúnebres de los que él no sabe nada. Adolfo ha hecho una lista de los números que hay que sumar para sacar de ellos el valor y así dar el gran golpe:

1.Los kilos de latón comprado; kilos que antes fueron casuelas de señoras con mal sazón o juegos de té de niñas sin mayor aspiración que aprender a no derramar el agua que un día servirían a sus mariditos.
2.Los cheques malgastados en cursos de orfebrería; cursos en los que nadie imaginaría el maquiavélico objetivo de aprender el correcto manejo de metales, con fines más absurdos, aparentemente, que la simple ornamentación
3. Las horas invertidas para obtener dichos cheques; horas transcurridas en una oficina infame, con un sueldo igualmente infame, realizando labores aún mayormente infames: escanear periódicos de 3 a 10 de la mañana, limpiar la basura de las imágenes, recibir malos tratos cada quincena. Pero eso sí, con la inconmensurable ventaja de ver el amanecer en la ciudad más contaminada del mundo desde un vigésimo séptimo piso.
4. El número de quemaduras en el brazo derecho ocasionadas por la fundición del latón; brazo que Dios había querido fuese inútil, pero que las monjas se habían empeñado en corregir y habilitar como el brazo laboral, y que ahora sufría los estragos de forzarse a ser aquello que no le correspondía.
5. El número de canciones de New Metal que tuvo que escuchar todos estos años; canciones que lograron cubrir el ruido de Adolfo trabajando con el latón en el cuarto de triques al que nadie se asomaba jamás y del que nunca nadie debía sospechar nada.
6. Todas las buenas razones que él mismo se vendió para meterse en esto; razones que lo habían perseguido en cada instante de su vida: durante sus estudios en la facultad de Ciencias Políticas, en cada una de las asambleas de la huelga del 99, a lo largo de todas aquellas manifestaciones y marchas: las del 2 de octubre, la marcha del silencio, la bienvenida a los Zapatistas en el Zócalo y en CU, la manifestación del desafuero, las del Foro Mundial del Agua, y ésta última después de las elecciones del 2006, hablando de fraudes e impugnaciones.

En aquella asamblea informativa, parado en el Caballito, frente a una pantalla que transmitía la imagen del candidato que había logrado congregar cerca de dos millones de personas, fue que recibió la llamada que anunciaba que era el momento de dar el gran golpe.
Adolfo guardó la compostura, pues sabía que aún más importante que llegar pronto a casa, era mantener la fuerza y la determinación. Una vez ahí despidió a la muchacha que se encargaba del aseo y que justo aquella tarde se había encargado de marcar a su celular para darle la noticia. Antes de subir al cuarto de triques y echar a andar aquello en lo que había trabajado prácticamente tres cuartas partes de su vida, se sentó a hacer la lista de sumas y después de terminar, casi como si tuviera que recordar paso por paso el mecanismo recreó la escena que lo había preparado para este momento 22 años atrás.

Adolfo, en su primera kermés, había recibido un pollito amarillo como premio en un juego de destreza. El pollito, media hora más tarde y sin haber dado la menor señal murió, justo como la madre de Adolfo esta tarde en la que estamos Adolfo y yo sentados frente a la lluvia. La miss de inglés tomó con una mano al pollito y con la otra a Adolfo, y como en un reflejo de aquél día, hoy, hemos tomado a la madre recién infartada, Adolfo de la mano derecha y yo de la izquierda. El pollito inerte y ya casi por completo anquilosado, fue depositado en una olla de latón que había en un rincón de la kermés. De igual modo, la madre tras haber sido arrastrada escaleras arriba ha sido recostada en la inmensa media esfera de latón que Adolfo ha construido para este momento. La miss de inglés golpeó con fuerza tres veces la olla y el pollito cual Cristo redentor se levantó. Adolfo toma el mazo de latón y golpea la tremendísima olla… un golpe estrepitoso… el segundo golpe en el que parece irle a Alfonso todo aquello en lo que cree… es hora de dar el tercer y gran golpe.

Comentarios

  1. la muerte siempre ha podido resolverse, el gran problema en realidad y no creo que alguien se atreva a contradecirlo es la vida. un golpe, un eco.

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  2. -Clap clap clap clap-

    Ta rebueno, me gustó mucho.

    Besos y abrazos

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  3. hola mar.
    acá de paso pa' dejarte un saludo:
    saludo.

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  4. hola mar.
    acá de paso pa' dejarte un saludo:
    saludo.

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  5. hola mar.
    acá de paso pa' dejarte un saludo:
    saludo.

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  6. uops. bueno, tres saludos y, por qué no, cuatro: otro saludo más!

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