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Los ojos cerrados, muy cerrados, ni una renija de realidad, nada que permita ver cualquier indicio de que estás justo donde quieres estar. Hoy entendí que es así, que para eso cierra uno los ojos en los momentos álgidos de la vida, por el miedo de que si los abres quizá nada de lo que crees que está sucediendo sea cierto, y que el rostro que crees que te sucede sea en verdad otro y que el sol que te calcina en realidad sea un helado y falso bienestar que te carcome el borde de las uñas. Que el calor en los párpados sea lo único que permita saber que sigues ahí, que después de todos los pasos que tuviste que andar finalmente estás ahí, con el peso de una vida sobre tu cuerpo, el peso de aquello que se ha materializado, que por estacionesfue idea y que hoy es carne. No me lleva el viento porque tengo el peso de esa existencia sobre mí, no me lleva el devenir de los días porque hoy estoy anclada a las certezas que representa esta imagen recurrente en mi cabeza. Con los ojos muy muy muy ce