Ashes and Snow
"La verdad ver a unos africanos arrastrándose con animales no se me antoja"
Fue la respuesta de una investigadora de donde trabajo cuando le preguntaron si en su paseo dominical por el zócalo había entrado a la exposición.
Comentario de respetable hispanista, editor y columnistaLas imágenes son como sacadas de una encuesta de Facebook ¿qué animal te remite
más al concepto de libertad/ eternidad/ tranquilidad/etc?; son símbolos
universales que te llevan a una experiencia espiritual, la cual, sólo puede
durar tres minutos si bien te va y el resto del tiempo te dedicas a ver la
estructura y observar las reacciones de los asistentes
"La exposición se resume en el vasito de agua que te regalan al
final"
Mi amorcín haciendo una analogía entre el vasito de agua para la sed que dan de forma gratuita y el paréntesis que obsequia la exposición en medio de la cotidianeidad devoradora de una ciudad enloquecida en un país tercermundista.
A mí en lo personal me conmovió hasta las lágrimas. Coincido con el editor en que en realidad no son las imágenes lo que conmueve, pues efectivamente son símbolos universales que uno decodifica en los primeros tres segundos; no es la música, de la cual no fui particularmente fan; no es el espacio, completamente disonante en un zócalo vorágine; no es el pasillo inmenso a manera de tunel mítico- iniciático y de purificación (por aquello de los espejos de agua) que es lo primero que rompe con la inercia del trajin diario; no es el texto de Anthony de Mello y sus frases contundentes y simbólicas que quedan como eco:
Las ballenas no cantan porque tengan una respuesta; cantan porque tienen una
canción
es la suma de todo, es el estado de ánimo con el que llegué, era la necesidad, creo compartida con muchos, de poner un alto a la correría, de respirar dos segundos, cerrar los ojos y ver en la oscuridad lo que a la luz del día parece imposible, de escuchar el latido, de sentir una mano en la espalda; obsequiarme el estar media hora haciendo fila para algo que sí quiero hacer y no para pagar las cuentas en el banco, caminar entre una multitud que simplemente no puede guardar silencio, ni aunque el contexto se lo exija, y escuchar los sinsentidos que se le ocurren y que no filtra, pero esta vez hacerlo fuera del salón de clases y reirme porque la formación de éste que está rebuznando no es mi responsabilidad; permanecer de pie media hora más sòlo mirando y escuchando a veces sin observar ni oír, pero con esa libertad de disponer de esos treinta minutos de no hacer nada más que darme ese gusto de estar ahí.
Podrán ser africanos arrastrándose con animales, podrá ser una exposición para señoras, podrá sonar trillado... pero que bien se siente haber vivido eso.
Aunque tu experiencia es envidiable y hermosa, creo que no voy a pararme por la expo... La plancha del zócalo convertida en museo decadente se me hace lo más decadente del decadente deseo del decadente gobierno mexicano por quitarse la decadencia a través de fingir decadentemente no ser lo que es.
ResponderBorrarAún así, debo decir que me despertaste curiosidad, que tu descripción de la experiencia me parece divina y que hasta me haces pensar en reconsiderar mis prejuicios sobre la decadencia.
Gracias
Pues mira que coincidentemente se me ocurrió ir hasta Coyoacán a comer en el Subway (si lo sé, es terrible hacer eso) y cuando estaba de regreso en Cuernavaca alguien me preguntó si no había asistido a la expo... sólo me quedó decir que aunque pensaba ir al zócalo me dió pesar tener que pasar por el tráfico sabátino y preferí regresar, además de que había olvidado lo de la expo.
ResponderBorrarPero tienes razón, que mejor que hacer fila para algo que deseas, y no para el banco...
Supongo que será para la próxima... Saludos, nos estamos leyendo.