La vorágine del dolor me está engullendo, hay días en los que parece que va a apiadarse, que se compadece de mí, a fin de cuentas soy un bocado insípido en el banquete de la vida; hay otros en los que jamás sospecharía el devastador final del día, de la hora, del minuto que vi comenzar sin rastro de incertidumbre. Ayer vi la muerte en el rostro de alguien que aún respiraba, una alguien que ya no siente el aire que, indolente, se resiste a dejar de llenar sus pulmones. Ayer vi la muerte en la piel debajo de los ojos de un rostro para quien debí haber sido vida. Ayer lo vi, ya no es mío, pero él tampoco se pertenece, ya no le pertenecen ni sus pasos, ni su risa, ni su cuerpo, ya casi recuerdo. Toda su existencia le pertenece ahora a esa vorágine que hoy me quiere arrancar de mi propia piel, son sus dueños los días que se le han ido, las ganas que no conoció, el vacío, la añoranza, los silencios de otras bocas, todo lo que no tuvo y tampoco deseó. La vorágine que me arrastra ya no es la d